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“Sirenas” vivientes del mar

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“Sirenas” vivientes del mar

EN ENERO de 1493, Cristóbal Colón estaba explorando una zona del noroeste de lo que actualmente es la República Dominicana. De repente avistó tres grandes criaturas marinas que se movían lentamente por las aguas de un río prístino. Se cree que en ese momento Colón se hallaba en la ribera de lo que actualmente se llama el río Yaque del Norte.

La excitación que el espectáculo ocasionó en Colón movió a su cronista a escribir que el almirante ‘dijo que vio tres sirenas; no eran tan hermosas como se les pinta, aunque tenían lo que se parecía a un rostro humano.’ El escritor también dijo que antes de eso Colón había visto “sirenas” a cierta distancia de la costa del África occidental.

Creencia común

Se dice que en aquellos días era ocurrencia común el que los navegantes avistaran fantásticas doncellas del mar. Había toda una colección de cuentos acerca de las sirenas. Por toda la Europa medieval circulaban relatos acerca de mujeres, criaturas mitad humanas y mitad pez, que se casaban con los hombres, atraían los barcos al desastre y causaban inundaciones y otras calamidades.

Se informaba que las sirenas tenían poderes mágicos y proféticos y supuestamente disfrutaban de larga vida y derivaban gozo de la música. ¡Ay del hombre mortal que ofendiera a las sirenas o que aceptara regalos de ellas, porque de seguro la calamidad lo seguiría! Por ejemplo, una roca del río Rin, cerca de Sankt Goarshausen, Alemania Occidental, se asocia con la legendaria sirena Lorelei, que supuestamente ahogó a muchos confiados marinos porque había tenido un amor desdichado.

Tan firme era la creencia en las sirenas que entrado el siglo 19 la gente todavía era víctima de engaños. En 1842, el famoso director de circos P. T. Barnum consiguió una fortuna exhibiendo una sirena disecada. Durante el mismo período una empresa japonesa se aprovechó del público crédulo vendiéndole sirenas disecadas, supuestamente capturadas por pescadores.

Es un misterio de dónde vinieron y cuándo empezaron a contarse los cuentos de las sirenas. Estas historias se remontan hasta la antigüedad y se hallan en el folklore de casi todo país. Sin embargo, los investigadores han comparado los detalles de las leyendas con los hábitos conocidos de ciertas criaturas marinas y han llegado a la conclusión de que posiblemente las leyendas de las sirenas sean un torcimiento de encuentros entre hombres y algún animal verdadero. Hoy tiene aceptación general la idea de que aquellas leyendas se basaron en las descripciones supersticiosas del grande y jovial mamífero sirenio, la vaca marina o manatí al que también se llama pez mujer.

En realidad la vaca marina sí tiene una característica humana que en cierto sentido le da derecho a ser considerada como la sirena viviente del mar. Las hembras amamantan a su prole sobre la superficie del agua, pues con las extremidades anteriores sostienen a sus hijuelos mientras éstos se alimentan de sus mamas pectorales. Imagínese la impresión que debe haber causado en algunos marineros el ver desde lejos a vacas marinas lactantes subiendo y bajando en posición vertical en el agua con su cría sostenida al pecho. En su opinión, tenían que ser sirenas.

En apariencia física, difícilmente se parecen a seres humanos las vacas marinas. Tienen cuerpos en forma de huso, que van agrandándose desde la cabeza pequeña hasta las grandes aletas horizontales. Tienen una piel gruesa, grisácea, y hocicos cuadrados y cerdosos. Pueden tener de poco más de 2 metros a más de 4 metros y medio de longitud y pesar hasta 680 kilos.

Ese no es exactamente el perfil de una hermosa doncella, ¿verdad? No obstante, toda la propaganda exagerada y romántica relacionada con las vacas marinas ha hecho que los científicos conserven algo del pasado relacionado con las sirenas al haber dado el nombre de sirenios a este orden de animales. Esto refleja la mitología griega de las sirenas que eran mitad mujer y mitad ave y que seducían con su canto a los navegantes y los conducían a la muerte.

Familia pequeña



Juzgando por las muchas veces que se avistaron vacas marinas en el transcurso de los años, se esperaría que hubiese una multitud de ellas en los océanos de la Tierra. Eso era cierto en el pasado. De hecho, a principios del siglo pasado cerca de la costa australiana se vio una gigantesca manada de vacas marinas que medía poco más de cinco kilómetros y medio de ancho y casi dos kilómetros y medio de largo. Ya no existen cantidades tan tremendas de estas criaturas en un solo lugar. Solo hay cuatro especies de sirenios y están esparcidas en las regiones tropicales en pequeñas cantidades.

Tres especies viven en zonas aisladas a lo largo de la costa floridana de los Estados Unidos, en el mar Caribe, en el África occidental y a lo largo del río Amazonas. A estas vacas marinas se les da más comúnmente el nombre de manatí, voz caribe o india que significa “mama.” Parece que en el siglo 18 los manatíes eran tan numerosos en lo que actualmente es Puerto Rico y sus alrededores que se dio el nombre de esa criatura a un pueblo y a un río.

Apetitos voraces

Se puede encontrar casi toda variedad de planta acuática en la lista de lo que la vaca marina come. Estas criaturas, que se apegan estrictamente a un régimen vegetariano, pasan por lo menos ocho horas al día satisfaciendo su voraz apetito de alga marina, jacinto y las hojas y tallos de otras plantas acuáticas. Diariamente comen de 27 a 45 kilos de alimento. Como promedio, las vacas marinas consumen un kilo de alimento por cada diez kilos de peso corporal.

Ninguna planta acuática está a salvo de las vacas marinas, pues con los poderosos músculos de sus labios superiores estas criaturas pueden arrancar cualquier bocado que les parezca sabroso. No importa que las plantas crezcan en agua salada o agua dulce, en la superficie del agua o bajo ella, y hasta pueden estar a lo largo de riberas que sobresalgan 30 centímetros de la superficie del agua. A pesar de su tamaño, las vacas marinas superan intrépidamente estos obstáculos cuando andan en busca de alimento. Cuando la comida está en el fondo, las vacas marinas se llenan los pulmones de aire y se sumergen para pastar por períodos de cinco a 10 minutos. Algunos de estos animales de pulmones fuertes se quedan sumergidos por 16 minutos.

El hombre se ha beneficiado de los hábitos de comer de las vacas marinas. En el sur de Florida, se ha empleado a los manatíes para despejar de vegetación obstructora unos canales que sirven de zanjas de avenamiento. Recientemente se llevó a unos 70 de estos “cortadores de hierba” a Guyana para que desatascaran los canales. Los funcionarios de ese país calculan que los manatíes les ahorraron miles de dólares. Además, en Xochimilco, México, los cultivadores de hortalizas se enfrentaron a una crisis cuando los nenúfares abundaron a tal grado que afectaron sus sistemas de riego. Consiguieron cuatro manatíes que tomaron el lugar de un equipo de 300 hombres.

A menudo grupos de 10 a 20 manatíes comen juntos, y se trasladan lentamente de un lugar a otro para pastar en las “praderas” marinas, muy parecido a la manera en que lo hace el ganado. Por eso estos dóciles gigantes han recibido el nombre de vacas marinas. Al considerar la poca intensidad o viveza de su actividad, uno pudiera pensar que las vacas marinas son torpes o ineptas. Pero las apariencias engañan. Asuste a uno de estos titanes y verá la reacción inmediata de esa poderosa aleta posterior. Son muy sensibles a cualquier alteración y pueden alejarse a una velocidad de 32 kilómetros por hora, dejando tras de sí una superficie espumosa, ondulante.

Reproducción lenta

No siempre se ve una agrupación de vacas marinas porque estén compartiendo una comida. Cuando se ve una manada grande pudiera ser que esté en progreso el cortejo. Luego que los futuros padres han formado parejas, se van a aguas poco profundas para aparearse. La gestación puede tomar unos 150 días. La cría pesa de 11 a 27 kilos al tiempo de nacer y puede que sea la única prole de la vaca por tres años. De vez en cuando les nacen gemelos a las vacas marinas.

La crianza del recién nacido recibe la cuidadosa atención de la madre y la cooperación de ambos padres. Entre otras cosas, la cría nace debajo del agua y se ahogaría en poco tiempo si no se le llevara inmediatamente a la superficie. Cuando acontece el nacimiento, se puede ver a la madre empujando al jovencito hacia arriba o tirando de él suavemente para que consiga aire fresco. Un manatí madre en un acuario de Florida atendió especialmente bien a su prole. Levantando a su hijuelo, se lo puso sobre el lomo y lo sostuvo sobre la superficie del agua por 45 minutos. Luego se sumergió, solo para subir inmediatamente. Siguió subiendo y bajando, alargando cada vez el tiempo que se quedaba debajo de la superficie a medida que el jovencito aprendía a respirar correctamente. En otro acuario el manatí macho ayudó a la madre. Cuando la vaca se cansaba de amaestrar al hijuelo, el macho nadaba adonde ella estaba y continuaba imponiendo los ejercicios de respirar y nadar al recién nacido.

En su estado natural, los hijuelos se quedan con sus madres por unos dos años, y por fin son destetados cuando pesan unos 180 kilos. Entonces los jovencitos se alejan nadando del ambiente materno, y desde entonces dividen su tiempo entre comer y jugar con otras manadas, o simplemente exploran a solas. Las vacas marinas son gregarias, pero solo hasta cierto grado. Los grupos se disuelven con regularidad, y vuelven a unirse después que los individuos han estado solos por un período breve.

Cuando están en grupos grandes, las vacas marinas se entregan a travesuras juguetonas que incluyen el colocar el cuerpo en un sinnúmero de diferentes posiciones. A menudo se ve a dos de estos animales voluminosos flotando cabeza contra cabeza, rozándose los hocicos. O uno de estos animales viene nadando al lado de otro y suavemente pasa una de sus planas extremidades anteriores sobre el lomo del compañero para darle un abrazo amistoso. Hasta disfrutan de un juego en que se dan codazos como niños que estuvieran jugando a alcanzar y tocar. Muchas veces acompañan esta actividad juguetona con un coro de sonidos agudos en forma de chillidos. Los científicos dicen que el acto de tocarse las vacas marinas y la serenata de sonidos son formas de comunicación porque estos animales no tienen buenos sentidos del oído y la vista.

Si mientras estuviera nadando el lector se topara con una o más de estas criaturas de apariencia imponente, no tendría por qué preocuparse: las vacas marinas son inofensivas. Si por casualidad manifiestan mal genio o cólera, cosa que rara vez sucede, generalmente se trata de dos machos que compiten por el cariño de una vaca. De hecho, en Florida los buzos disfrutan de la compañía de los manatíes, pues a menudo estos amables animales se vuelven de costado para dejar que los hombres les froten el lomo o el vientre. El manatí de un acuario disfrutaba tanto de la atención que recibía que rozaba narices con su guarda.

Especie en peligro de extinción

Hasta cierto grado el comportamiento despacioso y sociable de los manatíes ha obrado en contra de su bienestar. No tienen enemigos naturales que los ataquen en busca de alimento, pero los cazadores humanos, los deportistas y pescadores furtivos que pasan por alto las leyes protectoras, los han diezmado grandemente. Debido a que las vacas marinas se limitan a aguas poco profundas, los que explotan a estos animales para obtener su piel o carne no tienen dificultad alguna en cazarlos.

En las zonas pobladas donde la actividad de salir en barcos es intensa, las vacas marinas son víctimas de hélices lacerantes que las matan o lesionan. Muchas veces los manatíes de las aguas de Florida tienen cicatrices grandes en los lomos, prueba de que han tenido encuentros con lanchas motoras.

Algunas naciones tienen leyes estrictas que prohíben matar las vacas marinas. Se les imponen multas pesadas a los que violan esas leyes. Se ve que esto ha sido de algún provecho, puesto que una manada pequeña de manatíes reapareció en zonas de Florida donde por años no se había visto a las vacas marinas. No obstante, los ecólogos temen que estos gigantes serenos lleguen a extinguirse como resultado de la creciente población humana y la urbanización que se efectúa cerca de su hábitat natural.

Es cierto que los manatíes posiblemente no cuadren con la imagen de las hermosas sirenas legendarias que los navegantes o artistas se forjaban en la mente. Pero estas criaturas de diseño singular ciertamente cumplen bien con el papel de deleitar a cualquier ser humano que sea lo suficientemente afortunado como para ver estas “sirenas” vivientes del mar.



2 comentarios:
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Anónimo dijo...
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